Daniela Vega Guzmán
El mes de mayo para una gran multitud es el mes consagrado a la Virgen
María, pero consagrado a una mujer que los hombres durante siglos en los
púlpitos han dibujado. A María, la han
retratado como la madre eterna, la amorosa, la paciente, la servicial, la mujer
sumisa, en fin, María modelo a seguir.
Toda imagen donde se ha delineado a esta mujer nos muestra un rostro
afligido, doloroso, con un aura de infinita pasividad. Pero:
¿será esta la verdadera María?
Para hablar de María hay que
leer los Evangelios entre líneas, pues es poco lo que se cuenta de ella en las
sagradas escrituras. En el mundo
donde nació María, la palabra de la
mujer no tenía ninguna validez, debían
solo acatar órdenes, pero ella está lejos de la imagen de mujer pasiva, fue
todo lo contrario, a pesar de su
juventud tuvo un carácter definido, María rompe la regla del silencio y la
sumisión cuando se atreve a cuestionar las palabras del ángel Gabriel al
expresar su duda de cómo quedaría encinta,
si no conocía varón[1], parece sencillo y carente de valor este gesto
de la interrogación, pero recordando la situación de la mujer, resulta un acto
cargado de simbolismo. Lo mejor es que
ahí no termina su acto de valentía, pues ella estaba comprometida para contraer nupcias con un varón de la casa de
David, llamado José, aceptar llevar vida en su vientre era exponerse a morir
apedreada, ya que esa era la forma de castigar a la mujer adúltera en su época,
aun viendo el riesgo que corría su vida, fue mayor su devoción y acepta su
nuevo destino con gozo.
El ser de María rebosa en palabra sabia, lejos de la mujer silenciosa
que siempre nos han retratado, es María la que protagoniza uno de los pocos
diálogos femeninos que aparecen a lo largo de toda la biblia –La visita a su
prima Elisabeth[2]–,
un diálogo entre gestadoras de vida, gestadoras de cambio colectivo. María, anuncia las transformaciones que
estaban por venir: la exaltación de las y los humildes, la reivindicación de
las mujeres “Mi espíritu está
transportado de gozo en el Dios salvador mio.48 Porque ha puesto los
ojos en la bajeza de su esclava: porque tanto desde ahora me llamarán
bienaventurada todas las generaciones”. Ya María
defendía la presencia de la mujer y su valor en toda sociedad y en todo tiempo.
Todos los episodios bíblicos están marcados por una presencia
masculina fuerte donde no hay cabida a la mujer, pero la presencia de María es
tan dinámica que a pesar de todos los intentos su imagen no ha podido ser
acallada, y no es precisamente por su debilidad y sumisión, sino porque María
es autoridad, su voz es tan respetada que todo un Dios no pudo rehusar a su
palabra, esto se manifiesta con toda
claridad en las Bodas de Caná, cuando es
María quién le dice a Jesús lo que debe hacer a pesar del no querer del
hijo: “¿Qué tienes conmigo,
mujer? Aún no ha venido mi hora””[3],
su voz de mando se concreta cuando le dice a los que servían: "Haced lo que él
os diga".
María dista mucho de una
imagen dolorosa, por el contrario, es coraje en todo el sentido de la palabra
es quien sigue los pasos que recorrió Jesús al calvario y no a la distancia
como lo hicieron los hombres –sus discípulos–,
sino de cerca y en ningún momento en las escrituras no la muestran
llorando o desgarrada por el dolor, sino que la evidencian como una figura
fuerte que observa.
Otro pasaje tergiversado de la vida de María es en el momento que
Jesús estando en la cruz, la mira y le dice: “Madre,
he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo (Juan): Hijo, he ahí tu madre. Y
desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”[4]. Este pasaje nos lo han mostrado como un
hecho de debilidad, al morir el hijo la madre queda desprotegida,
desamparada; pero si hacemos otra
lectura es todo lo contrario, Jesús, es sabedor de toda la fuerza que guarda
esa mujer como guía, como
impulsadora, María después de la muerte
siguió manteniendo un fuerte vínculo con la palabra de Jesús, siguió anunciando
la palabra de su hijo a pesar de los riesgos.
En últimas, fueron las mujeres como María-madre quienes acompañaron a
Cristo en su vida, en el momento de su muerte y fueron ellas quienes
experimentaron el gozo de su resurrección, merecedoras de tal maravilla porque
creyeron, siguieron y se mantuvieron
firmes. Jesús, sabía de la fuerza, la
valentía, la decisión de las mujeres y
por ello siempre se rodeó de ellas; por
tanto, las mujeres bíblicas distan mucho de los retratos
construidos por el pensamiento masculino.
Así que démonos a la tarea de mirar más allá de esas figuras establecidas
y leamos entre líneas los silencios e interpretémoslos ya que es ahí donde se
encuentran otros sentidos.
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