Inquisición Siglo XXI
Carmiña Navia
Velasco
Cali, Mayo de
2012
La actitud de los obispos en la mayoría de las Conferencias Episcopales
y las condenas del órgano inquisitorial vaticano, se están haciendo cada vez
más insoportables. Cada día hay menos razones para aceptar las posturas de una
jerarquía eclesiástica que olvidó hace ya tiempo los caminos del evangelio de
Jesús. Una jerarquía que en lugar de acompañar esparce por aquí y por allá
semillas de sufrimiento y de condenas monológicas, que por otro lado a poca
gente importan ya.
Recientemente la Conferencia Episcopal colombiana decidió
que en el siglo XXI, cuando las sociedades de Occidente han llevado a cabo
revoluciones radicales en sus maneras de vivir y de entenderse, no hay más que
un tipo de familia… familia que
quizás existe en sus manuales -que no en sus prácticas-, pero que en el
conjunto social, si llegan a encontrarse todavía, son una ínfima minoría.
Desde esta decisión,
se oponen a que homosexuales y lesbianas puedan organizarse emocional, afectiva
y socialmente, como deseen, como sea mejor para su estabilidad y su ubicación
social. Desconoce los matrimonios entre parejas del mismo sexo, se opone
militantemente a que estas parejas puedan adoptar y educar hijos e hijas… todo
ello con el argumento de que no constituyen, ni pueden constituir una familia,
porque la familia –según ellos, célula de la sociedad- está compuesta por una
mujer, un hombre y los hijos nacidos de esa unión.
Cómo dije ya, ¿quién ha decretado que sólo esa familia
existe, cuando se trata de un modelo en vías de extinción? ¿En dónde arraigan
ellos su autoridad, para desconocer los múltiples tipos de familia, que mujeres
y hombres buscan hoy? La iglesia, en lugar de acompañar de cerca las búsquedas
humanas actuales, se sitúa en un plano a-histórico y a-espacial para condenar
realidades sagradas desde las que la Divinidad nos habla.
En este mismo sentido la Conferencia Episcopal española condena (¿?) a un teólogo del peso
académico y de la solvencia intelectual de Andrés Torres Queiruga, por el
simple hecho de querer dialogar desde la tradición cristiana con las
inquietudes, el pensamiento y los sentires de hombres y mujeres de estos años
2000. Si no fuera porque aún a mucha gente estos absurdos le generan dolor y
porque pueden desorientar a las mentes y conciencias sencillas, las
declaraciones eclesiales de condena producirían hoy risa. Porque no se condena
las prácticas de abusos sexuales, las inmensas injusticias económicas, las
múltiples violencias, la depredación del planeta, la usura de los financieros
que están produciendo esta crisis… Eso no se condena, no. Se condenan prácticas
de amor y de diálogo, de búsqueda intelectual, de renovación en las prácticas
religiosas, se condena el empeño de actualizar las representaciones teológicas
y las relecturas de la palabra Bíblica.
El broche de oro de esta carrera de equivocaciones y
estupideces lo constituye la recién condena a la Asociación de Religiosas Norteamericana. Se les condena, se les
pone bajo tutela, porque -dicen desde
el vaticano- que son demasiado feministas, que no comparten el pensamiento
eclesial sobre los gay y sobre la polémica alrededor del aborto y de los
finales de la vida y el sufrimiento que conllevan.
¿Cómo se pueden compartir posturas que perdieron la llave de
sí mismas, alrededor de temas tan vitales y tan oscuros cómo esos límites entre
la vida y la muerte… alrededor de condenas a prácticas sexuales que han
existido siempre y que son expresiones diversas de la constitución del hombres
y la mujer? ¿Cómo se puede desconocer el trabajo y las prácticas de amor y
sororidad de las religiosas de este país que por siglos han acompañado a las
gentes en sus búsquedas de realización, de luchas y de amores? ¿Cómo se puede
vivir actualmente de pretendidas ortodoxias, en la sociedad de la
vulnerabilidad y de lo efímero?
La iglesia romana no puede pretender seguir cerrando el
pensamiento y la conciencia de la humanidad, en un cautiverio perpetuo. Porque
a nivel religioso y espiritual los hombres y las mujeres de Occidente hemos
entrado en la mayoría de edad y la búsqueda del ámense unos a otros como yo los
he amado, no pasa ya por candados de los cuales las
llaves las esconden autoridades que no se ejercen ni en el sentido bíblico, ni
mucho menos en el democrático. Afortunadamente la experiencia de la Divinidad y
el acercamiento al maestro de Galilea no pasan más por las oficinas de Roma
(ciudad imperial por excelencia). Como dice Ezequiel desde hace más o menos 28
siglos: Tiemblen esos pastores.
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