Inicialmente en el pueblo Judío, Pentecostés fue una fiesta para dar
gracias por la cosecha, es decir por la Vida. Podemos dar gracias por el
Espíritu que nos habita siempre, hacerlo consciente y presente en nuestras
vidas. El Espíritu animó y orientó siempre la vida de Jesús de Nazaret: su
entrega a los otros y otras, su anuncio de una sociedad diferente fraterna y
sorora, sus llamados al amor.
Cuando Jesús sintió que la hora de su muerte llegaba, invitó a sus amigos y
amigas a recibir el Espíritu que él les enviaba con una nueva fuerza. Ese
Espíritu, que ya los habitaba, debía hacerse fuerte en ellos y orientarles la
vida en ausencia física de su Maestro y sus palabras. Los discípulos, agobiados
por el dolor, sintieron unos días después en medio de su duelo, que esa
presencia de Luz, de Calor y de Vida les ardía en sus pechos y los llamaba a
una nueva misión: llevar el mensaje evangélico a todos los rincones de la
tierra.
La celebración de Pentecostés no puede ser simplemente un ritual, una noche
de antorchas, velas, cantos. Este ritual adquiere todo su sentido en la medida
en que responde a nuestra vida diaria, a nuestras relaciones y proyectos. Por
ello el tiempo de Pentecostés, estas semanas post-pascuales, son una invitación
a abrir espacio en nuestras vivencias y actitudes a la Energía de la Divinidad.
Un Espíritu que nos llama a la unidad, que nos invita al amor, que nos motiva a
la entrega. Es necesario hacer pentecostés en nuestros días, en
cada hora, ante cada elección.
Ese Espíritu es también la Sabiduría que debe siempre acompañar cada
elección en nuestros días. Pero la sabiduría sólo puede llegar en corazones que
alberguen la humildad, la búsqueda, el deseo permanente de alcanzar nuevas
metas y buscar nuevas sendas. El Espíritu no deja oír su voz en medio de
consumos, ruidos, satisfacciones permanentes… La Sabiduría de Dios, su Energía
de luz, nos habla en el silencio, en la pregunta que cada situación nos hace,
en medio de la compasión y las entrañas de misericordia.
Dar gracias al Espíritu por su presencia en nuestras vidas es asumir la
vida desde sus parámetros: Buscar el fondo de nosotros mismos, buscar la unidad
inherente que constituye a los humanos, construir proyectos de hermandad
universal, de acogida y encuentro. Hacer del ágape nuestro norte
más último. Pentecostés sólo puede ser una fiesta en la Asamblea de creyentes
si esa Asamblea busca actualizar en sus rutas las palabras y los hechos del
Maestro Jesús de Galilea. Y esto, en medio de un mundo que tiende a la
expoliación de los recursos naturales, a la explotación del hombre por el
hombre, a la guerra que destruye masivamente y desdice cada día de Dios. Un
mundo que se mueve entre la muerte… La Asamblea de creyentes puede celebrar
Pentecostés si la Vida de todo ser sobre la tierra, es el centro de sus
prácticas diarias.
Carmiña Navia Velasco
Santiago de Cali, en el tiempo de Pentecostés
del 2025
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