Con la renuncia de
Benedicto XVI a la jefatura de la iglesia y del Estado Vaticano, se ha desatado
la polémica sobre cuáles serían las tareas necesarias del próximo papa. Una de
ellas se afirma, sería la admisión de mujeres al sacerdocio femenino… Si
queremos hacer balance de las tareas del papado frente a la mujer en una
sociedad de igualdad y democracia (ya no evangélica o fraterno/sororal), no es
fácil vislumbrar lo que la iglesia católica debería hacer para reparar
a las mujeres.
¿Por dónde
empezaríamos la historia de la relación entre el papado y las mujeres? ¿La
iniciamos cuando Pablo de Tarso silencia el testimonio de las mujeres frente a
la resurrección de Jesús? O mejor a finales del segundo siglo de esta era, con
las palabras de Tertuliano, padre de la iglesia sobre las
mujeres: “¿Y no
sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en
esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del
demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera
desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquél a quien el diablo no
fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de
Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que
morir”.
Se trata de una historia larga y escabrosa, en la
que ha habido persecuciones a mansalva, silenciamientos, sexualidades y amores,
amistades y asesoramientos, intrigas palaciegas, luminosas presencias siempre
semi-ocultadas. A vuelo de pájaro podemos mirar algunos hechos significativos
de esta relación, compleja y larga. Fue precisamente un papa, Gregorio Magno,
quien tempranamente en un sermón del año
591, robó para siempre la memoria de María de Magdala, mujer líder del
cristianismo primitivo, para convertirla arbitrariamente en una prostituta que
llora sus pecados.
Miremos algunos aspectos: Es reconocido el papel de Catalina de Siena en
su mediación de reconciliación para lograr que el papado volviera a su sede de
Roma luego de varios años de ubicación en Avignon y de enfrentamientos
continuos. Igualmente la memoria eclesial reconoce la colaboración entre
Hildegarda de Bingen y el papa Eugenio III y su papel trascendental en la
polémica con los anti-papas: Víctor IV, Pascual III y Calixto III. Habría
muchos más casos que podríamos examinar pero ahora es significativo también, mencionar
una colaboración/amistad mucho más reciente de la que todavía los y las mayores
tienen recuerdo: la estrecha relación a lo largo de muchísimos años entre
Eugenio Pacelli -Pío XII- y la religiosa Pascalina
Lehnert, monja de la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz de Menzingen.
En general en los textos de las
historias eclesiales estas relaciones de algunas mujeres con la cabeza de la
catolicidad suelen desconocerse, prescindiendo de la valoración que de ellas
realizaron los protagonistas mismos.
Si nos metemos en el capítulo de las persecuciones es indudable que
encontraremos muchas más cosas para decir. El estado Vaticano y la institución
eclesial, en cabeza del papa y la mayor parte de las veces bajo su impulso han
perseguido a la mujer, marginándola de la orientación eclesial y limitando sus
propias posibilidades de autonomía y desarrollo. Podemos empezar mencionando el
caso de las beguinas, esas mujeres extraordinarias que revolucionaron la
iglesia y la sociedad medievales con su novedosa forma de vivir y desarrollar
su propia espiritualidad. Mujeres que fueron autónomas y vivieron su identidad
femenina por fuera del matrimonio y del claustro conventual. El papado las
persiguió por varios siglos hasta conseguir extinguirlas y lo que es peor casi
extirpar su memoria. Clemente V, logró con sus intrigas y presiones que el
Concilio de Viena en 1312, condenara esta forma de vida en la iglesia. Previamente
la inquisición, bajo la sombra de este mismo papa, quemó por hereje y por
Beguina a Margarita Porete en 1310.
Corrieron los siglos, pero esta
enemistad no cambió. Llegamos a comienzos del siglo XVII y Mary Ward, una mujer
valiente y visionaria, fundadora de las Damas
Inglesas fue condenada por Urbano VIII y encarcelada:
El 13 de enero de 1631 Urbano VIII signó y publicó la
Bula "Pastoralis Romani Pontificis", una de las más duras emanadas de
la Santa Sede, en donde se hacía sentir la presencia de injustas acusaciones y
se daba la orden de supresión del Instituto. La Bula se dirigía contra las
mujeres que se habían asociado en una corporación de vida común, habían
construido colegios, señalado superiora entre ellas, y elegido para el gobierno
general de todas ellas a una que llamaban prepósita general... Además llevaban
a cabo trabajos que no eran propios de la pureza virginal...
Por todo ello "haciendo uso de su autoridad",
el Santo Padre venía " a suprimir del todo aquella corporación". El 7
de febrero de ese mismo año fue encarcelada en Munich por orden de la
Inquisición, por" hereje, cismática y rebelde a la Santa Iglesia".
(Se
puede consultar, página WEB: http://www.irlandesascastilleja.org/paginas/IBVM/MaryWard/VidaMW.htm).
Estas persecuciones no son, ni mucho
menos, asuntos del pasado. Continúan plenamente vigentes, como lo podemos ver
en la macro-injusticia cometida en la persona de Ludmila Javorova. Ludmila fue
ordenada sacerdote católica el 29 de Diciembre de 1970 por el obispo Felix
María Davinek, de quien fue vicario general por varios años en la iglesia
clandestina de Checoslovaquia. Ejerció su ministerio y por supuesto presidió la
celebración de la eucaristía con riesgo para su propia vida. En 1996, Juan
Pablo II le prohibió que ejerciera como sacerdote y se le ordenó mantener en
secreto su ordenación, el cardenal Ratzinger en el año 2000 expidió un decreto
por medio del cual se consideraban sospechosas las ordenaciones realizadas en
la clandestinidad bajo el régimen comunista.
¿Qué tendría la iglesia y por ende un
nuevo papa pendiente frente a la mujer? Como la mayoría de los teólogos afirman,
por supuesto la ordenación sacerdotal de las mujeres. Pero con ello no
terminaríamos ni mucho menos esas tareas pendientes, no es ni siquiera a mi
juicio, la más urgente. En este terreno de la ordenación de presbíteras, hay ya
varias iglesias del tronco cristiano que tienen mujeres sacerdotes, pastoras y
obispas. Es también significativo señalar que el movimiento de católicas
ordenadas que se inició en Austria -en el Danubio- con la ordenación de siete
sacerdotisas, en Julio del 2002, (a quien Juan Pablo II excomulgó), cuenta ya
con 150 mujeres sacerdotes del rito católico.
Señalo para terminar algunos aspectos
que creo que son urgentes en ese ponerse al día del papado católico
con las mujeres:
Pedir perdón por las injusticias
contra nosotras cometidas a lo largo de la historia eclesial, especialmente en
el mundo occidental.
Reconocer y condenar como un pecado
grave, como un delito no admisible la violación a las mujeres, a los niños y
niñas. Violación muchas veces causante de los abortos que tantas condenas causan
en la iglesia. Castigo eclesial serio, contundente y permanente para los
violadores, denuncia de estos en las homilías.
Reconocer la legitimidad de las
mujeres para decidir sobre sus embarazos, sobre su sexualidad y su cuerpo,
sobre lo que en cada caso y situación concreta su conciencia determine como lo
mejor. Reconocer e impulsar pastoralmente, por tanto, los derechos sexuales y
reproductivos de la población femenina.
Otorgar a la mujer el papel que le
corresponde en la orientación pastoral y en los órganos de decisión en todos
los niveles de la estructura eclesial (parroquia, diócesis, arquidiócesis,
conferencias episcopales, curias, dicasterios…).
Reconocer el papel histórico
insustituible que la mujer ha jugado y juega en el mundo creyente.
Dar voz y autoridad a la mujer en la
vida teológica, espiritual y eclesial.
Y finalmente, lo más importante:
Generar un lenguaje litúrgico, cultico y devocional que explicite la feminidad
de la Divinidad.
Se trata como podemos imaginar de un
largo, larguísimo camino por recorrer. Ojalá que el nuevo papa lo emprenda de
una vez por todas.
Carmiña Navia Velasco
Cali, Marzo de 2013
En este artículo, Carmiña recoge con erudición y buen juicio las injusticias contra las mujeres dentro de la Iglesia, y propone un camino para resarcir a las mujeres restaurar la justicia. Me parece importantísimo lo que dice al final, sobre la feminidad de Dios. Cada vez que oigo decir "Dios Padre", siento que me empujan más lejos de la Iglesia a la que una vez pertenecí, que me dicen "Usted aquí no tiene lugar". (De todos modos yo ya probablemente no volvería, por más que la Iglesia cambiara...) Pero la idea de un Dios a la vez femenino y masculino, me parece no sólo buena para la Iglesia, sino lógica. Si acaso hubiera un ser omnisciente y omnipotente, no podría estar limitado a un sexo; tendría que tener todos los atributos positivos de la personalidad humana, sin sus limitaciones. No hay nada más misógino que pensar que Dios sólo puede ser varón.
ResponderEliminarGabreila Castellanos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLas mujeres, sin duda debemos seguir en la misión de labrar una espiritual en femenino lejos de esa iglesia jerárquica y misógina.
EliminarEs importante y necesario escuchar voces como ésta, voz que recoge la memoria, voz que argumenta y propone, voz desde una mirada femenina, voz atrevida que escapa al anquilosado sistema patriarcal eclesial. Las mujeres que pertenecemos a círculos de espiritualidad femenina nos fortalecemos al leer artículos como éste, alienta nuestra búsqueda de la Divinidad.
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