El Vaticano II, mirada de mujer
La iglesia católica necesitaba impulsos de renovación,
de ello no hay ninguna duda en la distancia. Había pensamientos y búsquedas distintos,
ensayos de aperturas, intentos de sintonías con el mundo moderno. El Concilio
no sale de la nada, se prepara en procesos anteriores y/o simultáneos: Personajes
como León Bloy, Maurice Blondel, Emanuel Mounier, Edir Stein, Dorothy Day,
Madeleine Delbrél; teólogos como Marie Dominique Chenù, Ives Congard, Edwar
Schillebeeckkx, Henri de Lubac; los movimientos laicales de acción católica especializada; la reflexión teológico-social en
Lovaina; los obispos comprometidos con los pobres y la justicia en América
Latina… todos estos caminos fueron cristalizando la urgencia de cambios más
profundos. Es claro sin embargo que sin el talante profético de Juan XXIII no
se habría hecho realidad esta necesidad sentida.
Los años en que se gesta la teología conciliar son los
mismos en los que en América Latina se gesta la teología de la liberación.
Estos caminos prepararían de manera especial a la iglesia del subcontinente
para la reunión de Medellín que en 1968 actualiza los principales pasos
inspirados en el Vaticano II.
En las relecturas de este acontecimiento cada uno
señala desde su propia sensibilidad esos límites. Jon Sobrino, por ejemplo dice
lo siguiente:
La iglesia de los pobres es una clara
laguna en el concilio, que no se puede llenar con textos, por muy importantes
que sean por otros capítulos. La
iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador
pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en
ellos a Cristo. (LG 8). Estas palabras
algo dice de la misión de la iglesia y de su espiritualidad, pero no toca su
ser pobre, ni su destino de persecución por defender a los pobres. No se tenía
en cuenta la dimensión histórica y dialéctica del pobre. Ni menos aún su
dimensión salvífica; la iglesia debe servir a los pobres, sí, pero los pobres
pueden salvar a la iglesia. [1]
En esta perspectiva de las lagunas, es mucho más lo
que se puede decir de la mujer.
El concilio preparó a la iglesia para encontrarse
mejor con y en el mundo moderno ante el cual había y continúa habiendo una
fractura. El concilio llenó a los católicos de optimismo. Juan XXIII en su
discurso inaugural alienta a los conciliares con estas palabras:
La iglesia asiste en nuestros días a una
grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden
nuevo se está gestando, y la iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en
las épocas trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la iglesia es
que infunda en las venas de la humanidad la virtud perenne, vital y divina del
Evangelio…
Nos creemos vislumbrar en medio de
tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de
tiempos mejores para la iglesia y la humanidad.[2]
Ø Reconocimiento de la
dignidad de los laicos y propuesta de una imagen de la iglesia como pueblo
de Dios.
Ø Propuso, aunque ello no se
logró plenamente, la democratización de las estructuras propias internas,
tratando de eliminar los verticalismos extremos.
Ø Impulsó el aggiornamento, es decir la atención a los signos de los tiempos y la sintonía con
el desarrollo del mundo actual.
Ø Igualmente se avanzó mucho
en el contacto directo de los y las católicos con la Palabra, a partir del
Concilio la Biblia se difundió entre laicas y laicos, cosa no pensable antes.
En esa época yo me encontraba bien
desorientada, decepcionada de la iglesia o de ese feo rostro de la iglesia que
estaba conociendo. Recuerdo que en un oportunidad, erré durante horas por las
calles de Roma, pensando en todo eso, y de repente, me encontré al borde del
río Tíber, que me miraba desde su cauce de aguas turbulentas, marrones,
contaminadas, y hasta, pienso, que llegué a preguntarme si tirándome al Tíber
no se solucionaría, de una vez, toda esa sucia situación en la cual me
encontraba. Mi desilusión era tal que eso me llevó a decidir no seguir allí
perdiendo mi tiempo y regresar a Lovaina a continuar con mi trabajo. Aunque
debo reconocer que esa fue una época de aprendizaje de todo tipo, especialmente
acerca de los métodos de la curia. Regresé a Lovaina y ya no volví a asistir a
la sesión del Concilio, que se clausuró ese mismo año. [3]
De otro lado la mención de la mujer en los documentos
conciliares es totalmente marginal y circunstancial, sin que esas menciones
conlleven, sugieran o motiven ninguna profundización en su verdadera realidad
intra o extraeclesial. Quizás lo más significativo lo encontramos en la Constitución, Gaudium et spes, nº 29:
Es evidente que no todos los hombres son
iguales en lo que toca a la capacidad física y a las cualidades intelectuales y
morales. Sin embargo toda forma de discriminación en los derechos fundamentales
de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color,
condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser
contraria al plan divino. En verdad es lamentable que los derechos
fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por
todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger
libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide
tener acceso a una educación y a una cultura iguales a los que se conceden al
hombre.
Como en otras oportunidades hay una declaración de
principios impecable: se condena cualquier tipo de discriminación por cualquier
razón de sexo y u otras condiciones, sin embargo a la hora de sacar las
consecuencias prácticas parece aplicarse lo contrario a lo sugerido en el
evangelio: se mira más la mota en el ojo ajena que la paja en el propio. Pareciera
que la discriminación de la mujer se dé más en culturas donde hay una falta de
libertad ostensible que en Occidente, donde por ser más sutil no deja de ser
más real.
De otro lado se reconoce la justa lucha de la mujer
por sus reivindicaciones y se afirma que allí encontramos un signo de los
tiempos; igualmente se sostiene que es necesario que ella tenga un espacio
especial y responsabilidades concretas en el apostolado laical. Se afirma
igualmente el que la iglesia siempre ha defendido y reivindicado a la mujer.
Sin embargo revisando detalladamente el Concilio desde
la mirada y los intereses femeninos me voy a detener en dos limitaciones, ambas
igualmente fuertes que se hicieron patentes en esos años y que siguen siendo
patentes hoy.
De un lado no se reconoce a la mujer la posibilidad de un cambio radical y/o de cambios más o menos significativos en lo que respecta a entender su propia naturaleza, su vocación, su destino social. En el mensaje final de Pablo VI a las mujeres, al cierre del Concilio, se dice:
Vosotras las mujeres, tenéis siempre como misión la guardia del
hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis
presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis la partida de la
muerte. Nuestra técnica lleva el riesgo de convertirse en inhumana. Reconciliad
a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el
porvenir de nuestra especie…
La iglesia reivindica la igualdad de la mujer y el que se le trate bien, pero todo ello sin contemplar
el que pueda asumir destinos diferentes a una vida ligada a la maternidad. Las
posturas católicas oficiales muestran estar ancladas en una concepción naturalista y biologista de los seres
humanos, que desconoce totalmente la construcción socio-cultural de la
sexualidad y del género. Por ello a las mujeres se les ligan prioritariamente
con su maternidad como destino. Destino que ella debe asumir y que la
limita además de que la carga de obligaciones morales y sociales. Las
consecuencias nefastas para la sociedad en su conjunto las podemos ver la
mayoría de los barrios de las periferias urbanas de América Latina habitadas
por mujeres que sostienen el 90% de la vida y por hombres completamente
irresponsables, itinerantes y ausentes.
Quizás lo que es más importante: Ni en el Concilio, ni
después la iglesia católica ha asumido una tarea absolutamente urgente y necesaria: Revisar a fondo, sin temores ni
prejuicios el papel, la situación y la tremenda desigualdad de la mujer al
interior de sus propias estructuras organizativas y pastorales. Mientras esta
tarea no se cumpla, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que para las mujeres del mundo el Concilio
no trajo una puesta al día.
La posición de la mujer al interior de la iglesia
católica continúa respondiendo a un paradigma pre-moderno en el cual no se ha
alcanzado la plena igualdad de derechos entre mujeres y varones. Se continúa
denegando el acceso de la mujer al sacramento del orden y a la celebración de
la eucaristía, elemento central de la vida cristiana. Las argumentaciones
teológicas esgrimidas ya han demostrado su debilidad, igualmente las
apelaciones a la tradición.
Es la cita de Sobrino con que iniciamos estas
reflexiones: El Concilio impulsó muchas cosas en la iglesia, de cara a la
sociedad en su conjunto, de cara a las otras formas religiosas… pero no realizó
procesos de transformación estructural interna que permitiera dinamismos
internos de cambios que ya eran necesarios en su momento, pero que hoy son
urgentes.
Otro aspecto en el que se puede mirar el Concilio
desde las mujeres, es en lo tocante a la Mariología.
Fue un tema difícil, espinoso, ambivalente y al final contradictorio. Ya la
declaración del dogma de la asunción en 1950 había generado mucho debate, la
figura de María era además una de las barreras que separaban a los protestantes
y católicos. La mayoría de los teólogos europeos influyentes en la preparación
del Vaticano II apostaba porque se frenara la llamada divinización de María por
parte de la religiosidad popular. Los conciliares bloquearon a María de Nazaret
y quedó reducida a unos pocos numerales en el conjunto de los documentos.
La presión intelectual de los teólogos y de algunas
teólogas logró racionalizar un poco más esta figura y hubo un gran avance en el
sentido de que los ojos de los y las creyentes se volvieron hacia la mujer
histórica, concreta y real que fue la madre de Jesús. En los años que siguieron
al Concilio se profundizó mucho en la María
de los evangelios y el Magnificat
se convirtió en el himno de entrada a una nueva aproximación a la realidad de
esta campesina judía. La Virgen de
Guadalupe, la Aparecida y otras advocaciones latinoamericanas se convirtieron
dentro del paradigma de la teología de la liberación en una motivación y
respaldo para la lucha de liberación de estos pueblos. En cualquier caso lo
poco que se desarrolló fue una mariología centrada en Jesús.
El tema femenino de fondo que ha acompañado siempre y acompaña
la mariología, ese tema quedó intocado. En el concilio mismo y en la teología
posconciliar. Catharina Halkes, una de las teólogas feministas que más ha
escrito sobre la mujer María de Nazaret y sobre su imagen nos dice:
Cuál es la verdadera María? Se ve ya la
escisión en Efeso, donde María asume el puesto de la Diosa Diana o Artemisa y
configura el misterio de la madre divina, que es indispensable para los
hombres. Esto, de hecho da origen a dos Marías. Primero, la María de la
doctrina de fe, que siempre vigila para que la persona de María se mantenga
subordinada a la de Cristo, de manera que su esplendor no disminuya u oscurezca
el esplendor de Cristo, y en la que
María debe su excelencia a la gracia de Dios y al nacimiento de Cristo.
Segundo, además de esto está la María que vive en una piedad creciente y a veces
extravagante, no sólo de parte del pueblo sencillo, sino también de hombres,
santos y teólogos, como Bernardo. Esta piedad tiene un resplandor propio; es
una reminiscencia que proviene de una necesidad primordial de lo que da, nutre y preserva la vida. Mientras exista
estas diferencias, seguirá la confusión, pero esto reta aún más a profundizar
en el análisis[4].
Durante el desarrollo mismo del Concilio y en los años
inmediatamente posteriores en la reflexión y espiritualidad católicas se
soslayó la realidad de María porque no se quiso
abordar todo el tema de la imagen y
realidad de la mujer que le estaban ligados. Fue necesario esperar a
algunos desarrollos de la teología feminista para repensar a fondo el papel de
la madre de Jesús en el panorama amplio del cristianismo y para revisar a fondo
su estrecha vinculación con imágenes dañinas de la mujer, así como para
proyectar nuevas imágenes que la acompañen en sus procesos de autoestima,
autovaloración y liberación.
Carmiña Navia Velasco
Cali – Agosto de 2012
[1]
Jon Sobrino: LA IGLESIA DE LOS POBRES NO
PROSPERÓ EN EL VATICANO II.
En: Revista Concilium Nº 346, Junio 2012,
Pág. 92
[2]
Juan XXIII, Por qué se convoca el
Concilio Vaticano II, 25 de
Diciembre de 1981.
En: Vaticano
II, Documentos – Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1967
[3]
Gladys Parentelli:
La Juventud católica en América Latina hasta
la década del 60
En: AA. VV., MUJER IGLESIA LIBERACIÓN. Ediciones 1947
CA – Caracas. Pág. 51
[4]
Catharina Halkes: MARÍA EN MI VIDA. En:
Schillebeeckx-Halkes: MARÍA AYER, HOY,
MAÑANA
Ediciones
Sígueme, Salamanca 2000 – Pág. 105
Gracias Carmi, tu mirada, en la distancia, de la ausencia de la mujer en el Concilio Vaticano Segundo,evidencia una vez más, el espacio marginal de la mujer en la Iglesia institucional.
ResponderEliminarMaría Helena