¡Que precioso documental! Me ha conmovido profundamente verlo… Alguna vez, rondando mis treinta años sentí que tenía vocación sacerdotal, sentía que era esa quizás la mejor manera de hacer comunidad, sentía que el llamado de Jesús para mí, pasaba por el sacerdocio, no me importaba el que la Iglesia no ordenara mujeres, pesaba que un día llegaría y que además esa era una causa justa por la que luchar, al lado de mis otras banderas inspiradas en la teología de la liberación.
Siempre sentí que era profundamente injusta esa exclusión de la mujer del sacerdocio eclesial cristiano y siempre sentí en mi propia carne la rabia y el dolor de esa exclusión.
Pero las batallas en otros frentes postergaron mis deseos de sacerdocio, la conciencia de hacer parte de la comunidad religiosa a la que pertenezco me exigía no buscar una ordenación en otro lado lograron que estos se fueran esfumando. Sentí eso sí, durante muchos años, un profundo dolor al serme negada la posibilidad institucional de evocar la presencia de Cristo en la celebración eucarística. Posteriormente mi espiritualidad cambió radicalmente.
Mi ser de mujer me fue llevando hacia otras vivencias, hacia otras imágenes de Dios, hacia el descubrimiento y la vivencia de lo sagrado femenino, hacia la espiritualidad recibida de mis ancestras mujeres, tantas veces silenciadas e ignoradas por la iglesia. Hacia la espiritualidad del círculo. Por otro lado los escándalos por parte de tantísimos sacerdotes que han violentado sexualmente a niños, niñas y mujeres, el pecado de la iglesia que los tapó, que los protegió… el sacerdocio que es en últimas poder y no servicio… causaron en mí una profunda decepción eclesial.
Sentí que el sacerdocio institucionalizado no hacía ninguna falta, que lo importante era caminar en la comunidad, construirla y asumir los roles sociales o religiosos que fueran siendo necesarios. Experimenté, viví y propuse a las mujeres un éxodo eclesial: en una iglesia de varones y para varones lo mejor era vivir desde los márgenes, el limus se convertiría en mí y en nuestro hogar.
La lucha por la ordenación de las mujeres dejó de interesarme, aunque mis estudios me dieron la certeza de que en la iglesia primitiva y más adelante las mujeres presidían la eucaristía y habían sido ordenadas. En realidad sigo pensando igual, el llamado sacramento del orden, no hace ninguna falta, lo importante es construir comunidad y ejercer los ministerios que la comunidad le va otorgando a cada una.
Sin embargo mi visión se ha ampliado y enriquecido comprendiendo mucho más la vivencia de las mujeres para las cuales la ordenación en la tradición apostólica es realmente importante para vivir y construir su identidad. El primer contacto que tuve de nuevo con esta realidad fue el encuentro con el libro Desde lo Hondo, que relata bellamente la historia y la experiencia de Ludmila Javorova. Experiencia que sólo puede tener lugar al interior de una institución muy misógena.
Esta valiente y valiosa mujer fue ordenada sacerdote por el obispo católico Félix María Davidek, el 28 de Diciembre de 1970. Antes y después de esa fecha Ludmila trabajó incasablemente por la construcción de la comunidad eclesial y ejerció por años, hasta la caída del régimen comunista en 1989. Durante este tiempo esta mujer entregó su vida y su salud a la causa de Jesús de Nazaret y se arriesgo permanentemente a ser encarcelada por la misma causa. Celebró la eucaristía cientos de veces, escuchó en confesión, bautizó, atendió enfermos y encarcelados, siempre en ejercicio de su vocación y ministerio sacerdotal.
Sin embargo, cuando el régimen cayó y la iglesia puedo salir de su condición clandestina, el Vaticano, sin ninguna consideración humana y menos cristiana, le dijo que su ordenación no era válida y que no debía o podía ejercer más el sacerdocio. Ludmila lo aceptó sin organizar un escándalo. Por otro lado, ellas aislada y sola no tenía muchas más posibilidades.
Posteriormente, en el norte de Europa, luego en Estados Unidos y más recientemente en Latinoamérica, algunos obispos que conservan la tradición apostólica han ordenado más de una veintena de mujeres católicas que experimentan la vocación sacerdotal y que ejercen su ministerio en distintas comunidades, muy encarnadas y de formas creativas, festivas, novedosas.
El documental Humo Rosa sobre el Vaticano, bajo la dirección de Jules Hart, es un testimonio bellísimo del trasegar de estas mujeres, de sus luchas y sus vivencias… de la exclusión arbitraria e injusta por parte de la iglesia… y finalmente de un futuro en el que los colores del arco iris brillarán en todo su esplendor.
Carmiña Navia Velasco
Octubre de 2011
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