viernes, 24 de julio de 2020

Y llegaron las Magdalenas






Hoy se juntaron las Magdalenas, caminaban presurosas, buscaban en baúles, trastos viejos, debajo de las piedras, en pergaminos, algún vestigio de objetos, que declararan su felicidad de estar allí juntas.


Llegaron las obreras recordando las largas jornadas, trabajando al frente de una máquina, de pie con su circulación en vilo, con el agotamiento de la pesadumbre por la injusta paga, pero pensando en la tarde que les aguardaba para la juntanza.

También llegaron las agricultoras, cargadas de frutas y hortalizas de muchos colores y olores, impregnando todo el espacio, nos recordaron el papel tan importante de ellas, mujeres hacedoras de historia, conservadoras de vida, las semillas que se hacen historia y se hacen alimento, ellas que guardan memorias de alegrías y tristezas.  Hicieron presencia las maestras, de manera discreta hacen reverencia a las compañeras ya presentes, traen papeles, letras, cuentos, historias, juegos y también nos traen las palabras y la paciencia que convoca a romper la ignorancia.

Las poetas irrumpen en el salón y con frases que acarician las letras, los sentimientos, los colores y dan forma a las múltiples maneras de contar y dibujar las cosas, a veces con ternura, en otras ocasiones con recetas de rebeldía, imponiendo la dignidad y la resistencia.

Bien llegadas son las sanadoras, artemisas de ilusión, ellas también usan las palabras, las yerbas, las aguas, el fuego, las piedras y las caricias, sus cuencos están llenos de pócimas prestas para arrullar nuestros cuerpos y con un sana que sana, lamen y besan nuestras heridas, esas que solo las Magdalenas reconocen, porque las llevan por siglos en el corazón, tatuadas por el trasegar de sus pasos en el vivir de muchas mujeres.

Presurosas llegan ellas, las llamadas Brujas, abren sus sacos llenos de pedacitos de rocas, palitos, flores, lágrimas, risas y esperanzas y conjura en contra de la injusticia, la tristeza y el miedo, y convoca la alegría, la sororidad, la esperanza y el amor, el amor que todo lo puede y lo trae de generaciones antiguas y futuras; con cuidado embalsaman sus tenues fisuras con aceites de paciencia y templanza.

Aparecen de manera reservada las científicas, con aparatos y largos informes, con la duda metódica observándolas, ellas con sus sabias miradas nos invitan a explorar, a buscar nuevos caminos, nos exhortan a dudar y a cuestionar lo que nos vende el sistema.

Llegaron las Magdalenas Madres, sofocadas por sus arduas tareas, nos cuentan historias de trasnochos y aventuras de pantano, nos hablan de cuidados y arrullos, nos hablan de la vida. Aparecen las muchachas que decidieron maternar las luchas, las noches y las primaveras, están allí agitando pañuelos verdes y morados, están tan presentes que se nos meten en las pupilas, nos convocan y nos remiten a pensar en las niñas.

Al fin las Magdalenas estaban juntas, se miraron con ojos vibrantes de reverencia, abrazaron sus luchas, reconocieron sus habilidades, sus dones; pusieron de frente sus brazos y recogieron los suspiros y promesas del último encuentro, y de nuevo se prometieron apoyo y declararon felicidad por estar juntas y reconocerse, aún sigue siendo un acto de rebeldía y resistencia, imponerse a estar allí, mirándose, cantando y bailándole a la vida.



Ya todo está dispuesto, el aquelarre no se detiene, las Magdalenas están juntas, arropan la memoria de quienes no llegaron y guardan trozos de esperanza para su felicidad.


María Eugenia Betancur Pulgarín
Julio 22/2020
Santiago de Cali - Colombia


jueves, 23 de enero de 2020


La Divinidad y las Mujeres.
Recorrido genealógico urgente

Carolina Narváez M.*

y es tanto lo q me abrasa mi alma en su divino amor que me saca de mí,
y quisiera y le pido rompa mi pecho y se entre en lo más intimo de mi alma y mi corazón.
Y con la fuerza del incendio me propaso atrevida a darle tantos ósculos que no me satisfago,
 porque el amor me ase querer asta comerme a su Magestad…
Isabel Manuela de Santa María,
De Conciencia
[c.1720, México]

El libro presentado por la teóloga y escritora feminista colombiana Carmiña Navia Velasco, Entrelazar miradas y palabras. Ensayos de teología feminista, me llega como viento fresco en medio de una relampagueante tormenta que habla de vida y movimiento. Si bien, la vivencia de Dios está estructurada a partir de las reglas y los acuerdos de las grandes instituciones eclesiales, es claro que ningún principio jerárquico ha llegado hasta el punto de la colonización total de la espiritualidad.

El recorrido genealógico que desarrolla de manera erudita y entrañable Carmiña Navia permite un acercamiento inesperado a la historia de las mujeres y la relación con la divinidad. De manera sincera, la autora se descubre en los primeros párrafos dando a conocer la forma desde donde ha escrito, pensado y sentido cada una de las reflexiones que componen el libro; para ella, la experiencia y el contacto con diversas comunidades de mujeres le ha ofrecido parte de su inspiración como también lo ha sido su propio recorrido espiritual, místico y teológico.

Carmiña Navia ha dedicado gran parte de su vida como investigadora y teóloga a pensar de forma crítica la fe y las mediaciones patriarcales que han edificado los varones de la iglesia. El libro se presenta como un relato que cruza perspectivas históricas, sociológicas, teológicas y feministas en aras de ofrecer rutas o señuelos para la desaparición de la mediación de la palabra masculina como única y universal.
La reflexión que acompaña transversalmente el libro hace parte de una tradición de pensadoras, especialmente teólogas feministas y filósofas, que han luchado para que al interior y fuera de la iglesia se nombre y se dé la importancia que merece la experiencia espiritual de las mujeres; deja claro que tal experiencia está, material y psíquicamente, construida por la diferencia sexual. Esto implica reconsiderar al Hombre como el modelo universal y por tanto desmontar la figura de Dios como varón. Muchas mujeres a lo largo y ancho de este sur nos hemos nombrado como no creyentes; tal vez como respuesta a la imposición de una mediación masculina, y también a la ausencia del compromiso de la iglesia hacia el bienestar total de las mujeres en la sociedad. El desorden simbólico construido desde la institución eclesial ha reverberado hacía la fe y la vivencia de la espiritualidad de las mujeres, afectándola hasta el punto de producir rechazo, y negación. El resultado ha sido para algunas el vaciamiento total del deseo genuino de una comunicación con el misterio.

Entrelazar miradas y palabras… Es un texto severo en tanto que describe y caracteriza la derrota religiosa de lo femenino, el enfrentamiento cruel al que se han visto expuestas las mujeres de fe que han conducido su espiritualidad bajo el principio de lo intangible, del lenguaje impreciso del amor y de la inexactitud de las experiencias de la fe. Carmiña Navia muestra con relatos claros y bien documentados cómo occidente, y especialmente la iglesia católica, ha descreído y desacreditado los legados espirituales y místicos de las mujeres. Remontándose a la antigüedad y pasando por la edad media, la autora revela la riqueza de la experiencia trascendente recordando a María de Magdala, Hildegarda de Bingen, Teresa de Ávila, Margarita Porete, Juana Inés de la Cruz, entre otras, esto con el ánimo de entenderlas como fuentes de conocimiento para la historia de la espiritualidad femenina, pero también como tipos de sensibilidad que han impulsado la asociación entre la libertad y lo sagrado.

Caminar de la mano de Carmiña Navia es un placer y lo es porque aquellos senderos que parecen infranqueables se despliegan en este libro para transitar del pasado hacía el presente y viceversa. La autora logra con exactitud mostrar a través del Speculum a manera de Lucy Irigaray, un reflejo que es solo posible a través de nosotras mismas. Es ahí cuando expone de manera tan reveladora que los sentimientos místicos y/o espirituales son muchas veces contradictorios, ambivalentes y a veces indescifrables. Tomada de su mano comprendí, a lo largo de la lectura, que la relación de las mujeres con la Divinidad no tiene por qué marcarse necesariamente bajo la sensación de la extrañeza, idea alimentada por la forma como los varones de la iglesia han estipulado la relación con Dios enmarañada de jerarquía y lejanía. Por el contrario, la tradición de la mística femenina demuestra cómo lo activo, lo juguetón, lo impreciso o lo inenarrable son condiciones necesarias para el gran complejo tejido de la vivencia espiritual.

En definitiva usted se encontrará con un libro que le ofrece elementos analíticos y críticos para formular una opinión o una idea del convulsionante tema de la divinidad y las mujeres. No me cabe la menor duda que se topará también con la energía trascendente. Hallará en sus páginas un sendero dibujado para la vivencia espiritual de una mujer como yo en el siglo XXI. He de resaltar que el libro ofrece un recorrido por la historia de la teología de la liberación, movimiento espiritual que logró desde América Latina la inclusión de otros sujetos y que aún así, no alcanzó a las mujeres y al problema de la invisibilización de sus prácticas y experiencias al interior de la tradición cristiana.

“Caminos espirituales” decide llamar la autora a los apartados que se muestran como mapas para el laberinto; es aquí donde Carmiña Navia mezcla extraordinariamente el pensamiento y la práctica política feminista con la teología y la filosofía. Retoma conceptos como el de affidamento, autoridad en lengua materna, mediación y orden simbólico en aras de mostrar la composición de la espiritualidad femenina.

El feminismo de la diferencia sexual plantea que el patriarcado no lo ha ocupado todo. Por eso las experiencias de grupos de mujeres en el pasado, asociadas entorno a una vivencia de la espiritualidad y de la práctica de la fe, como es el caso de las Beguinas, y también el de las comunidades de mujeres creyentes actualmente, muestran que la creación de nuevas relaciones y vínculos potencian realidades y personas libres.

El libro de la profesora Carmiña se convierte para mí en un intento de imaginar nuevas relaciones con el pasado, con nosotras mismas y con otras. Esa otra puede ser María de Nazareth, importante figura que ha sido mitificada y a la que paulatinamente se le han borrado las intersecciones con la mujer autónoma e independiente, para dejarla solo inmovilizada y vestida de un manto inmaculado usado como pretexto para demarcar las reglas de género impuestas a las mujeres en occidente.

La cultura patriarcal ha enfermado a las mujeres. Las ha conducido a cárceles de las que aparentemente no pueden escapar. La colonización de lo simbólico ha llevado a un sentimiento de confusión y extravío profundo en donde las mujeres hemos aprendido a percibirnos como intrusas o extranjeras de esta cultura; los resultados han sido casi mortales: la escisión, el rechazo al amor desnudo y crudo por sentir que aquella experiencia fragiliza y asfixia, la inhibición de la creatividad, la amargura y la enemistad entre nosotras mismas.

Nada es igual después de la lectura de este libro, las palabras de Carmiña Navia Velasco deben ser leídas porque nos permiten una sanación genealógica, esa que tanto necesitamos creyentes y no creyentes, feministas y no feministas. Sanación reclamada y requerida después de la ancestral herida dejada por la separación impuesta entre naturaleza, cuerpo y espíritu. Luisa Muraro, en el libro El Dios de las mujeres, refiriéndose a las místicas lo dice con más claridad que yo: “Leyendo sus textos se nota que, en su libertad de pensamiento, o sea en el pensamiento con el que interpretaban libremente su experiencia, la naturaleza humana no está separada de la divinidad, ni el cuerpo del alma. En su pensamiento libre, el amor transforma el cuerpo y el alma en Dios, anulando la diferencia entre la naturaleza humana y la naturaleza divina…”[1] Lo anterior explica parte de nuestra tradición espiritual, esa misma tradición que la Profe Carmiña ha decidido compactar en este escrito agradable y sencillo de leer, no por eso superficial o simple sino más bien, clave para comprender que los discursos lógicos en nuestras genealogías espirituales se componen de lo imprevisto y lo impensable.

México, Noviembre de 2019


·       Carolina Narváez, es doctora en Historia, especialista en estudios de género, profesora de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MÉXICO









[1] Luisa Muraro, El Dios de las mujeres, trad. María Milagros Rivera Garretas, Horas y Horas, Madrid, pág. 136, 2006.

martes, 17 de septiembre de 2019


LA BIENAVENTURANZA DE LA PAZ
                                                            Carmiña Navia Velasco



La paz es un anhelo permanente a lo largo de toda la historia de la humanidad; la paz en todas sus acepciones y sentidos reposa como deseo profundo en el corazón de mujeres y hombres. Escribo estas reflexiones en medio de un mundo envuelto en guerras y  múltiples violencias y en un país que igualmente ha permanecido por años y años sumido en el azote de la guerra, de todo tipo de conflictos, desigualdades e injusticias… en un país en el que las violencias campean libremente sin que sean las menores de ellas, las violencias contra las mujeres.

En el siglo XXI, este anhelo de convivir en amor y paz, es un bien escaso y en ocasiones aparece como un horizonte sin regreso. Apunta hacia un sentido que se pierde y se esconde esquivamente. En Colombia en concreto, la palabra paz ha sido llevada y traída hasta el extremo, ha sido pronunciada muchas veces en vano. Estas reflexiones apuntan a una re-significación de esta realidad en el paradigma bíblico cristiano. Estas líneas quieren señalar a qué nos estamos comprometiendo cuando en las plazas públicas pedimos “paz” y agitamos banderas blancas con esas tres letras escritas. Los acuerdos se firman, pero la paz hay que construirla día a día, en un compromiso personal, comunitario y social que ha de llevarnos lejos. La paz es mucho más que la terminación de uno u otro conflicto. La paz no es una coyuntura, es una utopía hacia la cual tenemos que caminar unidos.

En nuestro país, en las últimas discusiones, el tema de la paz se ha circunscrito demasiado a una coyuntura específica y al mundo del campo, pero la ciudad colombiana -desde la cual escribo- está igualmente presa de dinámicas violentas y necesitada de propuestas y culturas de paz es necesario tener en cuenta esa globalidad:
De un lado el olvido de lo urbano se produce sobre la reducción del conflicto violento al conflicto armado, todo lo cual viene cargado de consecuencias. El foco centrado en el actor armado, en su palabra y sus estrategias, suprime otros escenarios y otras violencias (como la ciudad y su experiencia), confinando además la sociedad al papel de mero actor pasivo al que no le cabe responsabilidad alguna sobre el curso de la violencia (Perea 2016, Pág. 237)

Vamos a pasear nuestra mirada y atención por algunos aspectos de la tradición bíblico cristiana para desde allí dibujar y señalar un mapa en el que podríamos movernos durante esta búsqueda y construcción.



SENTIDO BÍBLICO DE LA PALABRA PAZ

En el oriente antiguo la paz era un SEMA amplio que apuntaba a la totalidad de una vida, a la realización de un destino de presencia Divina. Yhwh da instrucciones a Moisés sobre la forma de bendecir al pueblo:
            Yhwh te bendiga y te guarde; ilumine Yhwh su rostro sobre ti y te sea propicio.
            Yhwh te muestre su rostro y te conceda la paz. (Números 6, 25-26)

En el contexto de las escrituras judías la paz es algo que concede la Divinidad, en un acto que simultáneamente muestra el rostro de esa misma Divinidad, es decir es la máxima bendición a la que puede aspirar la persona creyente, porque ver el rostro de la Divinidad se considera en todas las religiones el momento cumbre de una vida, por ello la paz está ligada a una experiencia de máximo valor.

Shalom es un saludo especial en el oriente medio y en toda la cultura semita. Cuando uno se encuentra con el familiar, con el amigo, con el vecino o coterráneo, le saluda deseándole bienestar y ese bienestar máximo se expresa con el término PAZ. El reconocido teólogo escocés William Barclay, nos presenta así el significado del término que traducimos por paz:
Shalom tiene dos significados principales. Describe perfectamente el bienestar, la serenidad, la prosperidad y la felicidad. El saludo de oriente es Shalom y en ese saludo no solo le deseas a alguien que no tenga clase alguna de problemas, sino que le desea todo lo referente a su bienestar y su felicidad. Para el judío la paz es un estado de perfecto y completo bienestar. En segundo lugar Shalom describe las buenas relaciones personales, describe la intimidad, la amistad, la buena voluntad constante que puede haber entre dos personas. A simple vista se ve que la paz no sólo describe la ausencia de guerras y luchas; la paz describe la felicidad y el bienestar de la vida y la perfección de las relaciones humanas. Cuando el salmista pide que haya paz en Jerusalén, pide que las mejores bendiciones desciendan sobre esta ciudad y sobre su gente. (Barclay 1976, Pág. 92)

El SEMA paz, se convierte así en una concatenación de significados que se pueden resumir en bienestar, felicidad, bendiciones de diferente tipo. Este sentido oriental de la palabra-realidad es retomado y enriquecido por el poeta/profeta conocido como segundo Isaías, desde una situación de carencia, opresión y sufrimiento. Leemos en Isaías 52, 7:
            Que hermosos son sombre los  montes
            los pies del mensajero
que anuncia la paz
que trae buenas noticias
que anuncia salvación,
dice a Sión:
Llega el reinado de tu Dios.

Este texto se escribe en medio de una situación de dolor y desconcierto. El profeta anima a la comunidad en años de destierro y desesperanza. Los horizontes están nublados. Igualmente nos encontramos ante una totalidad que abarca toda la vida y se extiende en horizonte y en profundidad. El pueblo vive en el exilio y sueña con un regreso a su tierra que lo compensará por los despojos padecidos. El mensajero de la Divinidad anuncia una nueva etapa de la vida que es presidida por la paz. Pero el poema entreteje abiertamente varias significaciones: Paz → Buena Noticia → Salvación → Reinado de Dios. El texto nos plantea una  experiencia de la totalidad: para los israelitas el reinado, tiempo u orden de Dios, era la máxima justicia, bienestar y felicidad a la que como pueblo se podía aspirar. Se trataba de un orden nuevo, diferente, en el que la alegría volvería a instaurarse en los corredores de Jerusalén.

La situación que viven los desterrados es dura, su corazón se nubla y la desesperanza los habita. Por ello mismo el poeta se esfuerza para que su palabra esté llena de sentidos y se proyecte en varias direcciones que abarquen la vida individual y colectiva. Si nos detenemos en el contexto inmediato del anuncio, constatamos que Isaías dedica algunos párrafos (51, 17-20 / 52, 3-6) a hacer conciencia entre sus oyentes de lo dura que ha sido la situación y el sufrimiento que como pueblo han padecido. Enraíza entonces en esos padecimientos la promesa presente de un tiempo y un paisaje distinto. Un paisaje dominado por la paz de Yhwh que es la felicidad, el júbilo y la plenitud. Antes de que llegue el mensajero de la buena noticia, Jerusalén es invitada a despertarse, a vestirse de gala y a vivenciar su condición de ciudad santa. Porque la liberación que le llega, no sólo construye sino que restaura. La paz que anuncia y trae el mensajero, rescata el presente, el pasado y el futuro.

La condición anunciada se convierte con el paso de los siglos, en expectativa mesiánica que acompañará y poblará los sueños de los justos en Israel a lo largo de varios siglos. Es precisamente esa expectativa la que Jesús recogerá para proponer su cumplimiento en varios sentidos.


PROPUESTA DE JESÚS DE NAZARET

Bienaventurados los pacificadores,
porque serán reconocidos como hijos de Dios

Hay consenso ya tradicional entre los biblistas y en general entre los discípulos y discípulas del maestro galileo, considerar las bienaventuranzas como un mensaje fundamental y piedra angular de su evangelio. Las bendiciones que Jesús anuncia, son un género (el macarismo), conocido en el mundo antiguo tanto griego como hebreo: se reconocen o se anuncian bendiciones ligadas al bienestar, a la felicidad o a la prosperidad. Se trata siempre de una bendición de la Divinidad. Lo que ocurre en el caso del conocido como Sermón del monte,  es que los valores que generan esa felicidad, ese bienestar y esa bendición se trastocan y hablamos entonces de una autentica contracultura. Igualmente se reconoce la solemnidad del momento: el maestro ante el pueblo entero y rodeado en la proximidad por sus seguidores y seguidoras más estables, toma la palabra y manifiesta su proclama que es al mismo tiempo una llamada a otro tipo de vida:
La subida de Jesús al monte (movimiento de alejamiento)  manifiesta que la relación entre el gentío y Jesús no es recíproca y que el seguimiento multitudinario no crea un vínculo permanente con él. Como además la muchedumbre, según se ha visto, representa, por su lugar de procedencia al pueblo de Israel, el gesto de Jesús indica que, para ser de los suyos, no basta la pertenencia a Israel, ni tampoco la mera adhesión a su persona. (Camacho 1976, Pág. 36)
La manera de crear ese vínculo con él, es asumiendo su contrapropuesta que es la que va a distinguir a sus discípulos y discípulas. A lo largo de dos o tres capítulos del evangelio de Mateo, el maestro da detalles de lo que sería una vida inspirada en su pensamiento y trastoca los valores vigentes en su realidad más inmediata.

Es en este contexto que el profeta de Nazaret pronuncia su bienaventuranza de la paz, de la cual la traducción más certera en español es: Bienaventurados los pacificadores (o los que trabajan por la paz). Porque ellos serán llamados hijos de Dios. Quiero en primer lugar hacer énfasis en que se trata de una praxis, es decir una acción, un verbo… Cuando el verbo se adjetiva su sentido merma potencia. No se trata de los pacíficos, sino de los pacificadores, no se trata de una “virtud”, sino de una acción, un trabajo… Es decir hablamos de una actividad de intervención para lograr LA PAZ… Y ya hemos visto en alguna medida, la amplitud de lo que esto significa para el pueblo judío… Veamos de nuevo qué nos dice Camacho:
Por tanto no se designa una cualidad de la persona: su carácter o disposiciones pacíficas, sino una actividad de la misma: su acción pacificadora. Esta acción presupone en el sujeto que la realiza su carácter pacífico, de ahí que lo que se denote sea la actividad en favor de la paz, aunque connotando las disposiciones pacíficas de las que nace dicha actividad. El sujeto del macarismo designa, pues, individuos que trabajan por establecer la paz, es decir por crear las condiciones necesarias para que exista paz entre los hombres y en consecuencia por quitar los obstáculos que la impiden. (Obra citada, Pág. 148)
El reconocimiento de hijos de Dios,  nos habla una vez más de la máxima aspiración posible para el creyente: Dios mismo cuidará de ellos/as y les dará su bendición, serán sus hijos.

Pero, veamos un poco más de qué paz estamos hablando, primeramente en el terreno de Jesús, para luego detenernos en el hoy… Las intuiciones de María Dolores Alexaindre nos pueden ayudar a dibujar el panorama:
La paz no es un don que disfrutar en nuestro interior o en los reducidos grupos en los que nos sentimos afines. La paz es una realidad social que construir entre todos  porque somos hijos de Dios y para llegar a ser hijos de Dios. Y esa construcción comienza por el corazón de cada uno porque en el corazón se genera la violencia… Pasa por nuestra mente que tiende a absolutizar su propia visión de las cosas… Pasa también por nuestros sentimientos y siembra en ellos la ternura, la concordia, la compasión, la misericordia…
También con la naturaleza tenemos que reconciliarnos para que reine la paz sobre la tierra. Y para eso es indispensable abandonar la actitud de dominio y de explotación con que nos relacionamos con ella y aprender de nuevo a mirarla con ojos contemplativos que saben descubrir su belleza, comulgar con sus energías y desarrollar sus posibilidades. (Aleixandre 2004, Págs. 91-92)

Si entendemos estas palabras: hacer la paz… en la tradición semita y en el contexto inmediato en que fueron pronunciadas, vamos a comprender que se trata de una tarea de envergadura, un sentido de totalidad y no podemos conformarnos en nuestro camino espiritual con conseguir algunas actitudes internas de humildad, sumisión o evitar los conflictos interpersonales… es una praxis sociopolítica, espiritual y holística que abarca todos los campos de nuestra vida personal y colectiva, hasta dónde seamos capaces de llegar. Construir la paz en este sentido es un compromiso ético, pero va más allá porque es una aspiración, un deseo espiritual que nace de la certeza de acercarnos a la Divinidad por este camino.

En este programa Jesús invita a quienes deseen ser sus amigos a construir una vida alternativa que genere relaciones justas, de solidaridad con el mundo de los despojados, de justicia y felicidad. Y una de las tareas que atraviesa esa vida alternativa es la construcción permanente de una paz, en el sentido amplio y totalizante, que nos colme de bendiciones. No se trata de algo opcional, se trata de la condición para ser reconocidos como hijos de Dios:
La paz evangélica es la irrupción misma de Dios que rompe las barreras y transforma nuestros desiertos, libera a los cautivos, colma de bienes a los hambrientos, rehace la justicia y la figura del hombre, ofrece su alianza, crea en el mundo un orden nuevo y lo pone bajo el signo de sí mismo como porvenir absoluto.
La paz mesiánica se llama con toda realidad revolución. Cambiar el mundo significa hacer un mundo nuevo… (Lambert 1987, Pág 186)


LA BIENAVENTURANZA DE LA PAZ EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA

Como hemos visto a lo largo de la exposición, hablar ahora de la paz, en perspectiva evangélica, no es ni mucho menos hablar de una firma, una coyuntura precisa, un enfrentamiento de métodos o caminos distintos… es mucho más, tiene que ser mucho más. Si miramos a nuestro alrededor: a Colombia, a América Latina y al mundo, descubrimos inmensas realidades y actitudes que no sólo dañan, sino que impiden realmente la paz. Nuestra realidad actual es una realidad inequitativa e injusta, tremendamente deshonesta y corrupta, que se rige por valores de individualismo y egocentrismo que lo único por lo que se preocupan es por su propio bienestar aunque este pase por la negación del otro/otra. Esto no niega que haya hombres y mujeres “alternativos”, pero como conjunto estamos muy lejos de la paz mesiánica.

Escribo a fines de 2016 y en medio de una coyuntura compleja: En Colombia los acuerdos con las FARCs que pondrían un relativo final a casi 60 años de enfrentamientos armados, se encuentran en una especie de impase; en Estados Unidos ha ganado la presidencia un candidato que se caracterizó durante toda su campaña por actitudes y amenazas violentas y guerreristas y no sabemos su alianza con la actual Unión Soviética que puede traer; en el oriente medio el Estado Islámico pretende acabar con todo aquel que no comparta su fundamentalismo… En medio de estos caos y en un tiempo que se define en Colombia como de un cierto post… se hace imprescindible contribuir a la creación de valores, actitudes y sentimientos de PAZ, entendida en un sentido muy amplio y abierto.

Un término como cultura de paz, utilizado por varios pacifistas puede ayudar a comprender lo que quiero decir en esta propuesta. El término cultura de paz, se empieza a utilizar a partir de 1989 cuando se adopta en la reunión sobre el tema, realizada por la UNESCO, en Costa de Marfil. La declaración final exhorta a construir una cultura de paz, basada en los valores universales de respeto a la vida, libertad, justicia, solidaridad, tolerancia, igualdad entre hombres y mujeres…

La tarea es construir los cauces de una nueva civilización, aunque no podemos dejar esto en el terreno de lo utópico, impensable, inalcanzable. Por el contrario es necesario dar pasos hacia ello. Uno de los caminos es el de propiciar y lograr el desarme cultural, término acuñado por Raimon Panikkar en estos términos:
Por desarme cultural entiendo el abandono de las trincheras en las que se ha parapetado la cultura <moderna> de origen occidental, considerando valores adquiridos y no negociables, como el progreso, la tecnología, la ciencia, la democracia, el mercado económico mundial, amén de las organizaciones estatales. Se comprende entonces que la expresión no esté fuera de lugar. El desarme le hace a uno vulnerable y debe realizarse paulatinamente, pero es una condición para poder establecer un diálogo en igualdad de condiciones con todas las culturas de la tierra…
Por desarme cultural intento aludir a un cambio radical del mito predominante de la humanidad contemporánea, de aquella parte de la humanidad más vociferante, influyente, rica y que rige los destinos de la política… (Panikar 1963, Pág. 61)

El reto que tenemos es lograr en cada uno de nuestros países una ética de la convivencia, de la acogida y de la tolerancia. Una ética del amor y de la no violencia. Sólo esta realidad puede aclimatar sociedades en paz, en medio de un mundo que se organiza totalmente de espaldas a esta bienaventuranza. Un imperativo es preguntarnos cuáles serían esos mínimos éticos en los cuales podemos movernos:
Paz significa solidaridad, trabajar juntos, convivir para llevar a cabo una tarea común que haga posible la vida de los pueblos. Gracias a la paz se dilatan todas las potencialidades posibles en la vida humana. En parte la palabra hebrea Schalom significa esta experiencia… ausencia de guerras, tranquilidad social del pueblo, armonía de toda la realidad basada en las relaciones del hombre con Dios, con el pueblo y consigo mismo. Esta armonía depende entonces del don divino que es la paz y que se resume en la estabilidad y disfrute de la vida en la salud, el honor, la madurez personal y familiar, la justicia y la bondad de las relaciones sociales… (Martínez 2002, Pág. 290)


Uno de los caminos que propongo, para acercarnos paso a paso a la renovación del tejido social en esta dirección de la paz, es el que podríamos denominar en un sentido amplio, pactos. Pactos de convivencia que nos lleven a maneras diferentes de ser y estar en el mundo. Pactos sociales que se vayan ampliando desde pequeños círculos hasta dinámicas barriales cada vez más amplias. En la tradición bíblica encontramos algunas dinámicas que pueden apoyarnos en estas búsquedas. Propongo releer el libro de RUT,  en la perspectiva de los pactos de paz. Rut es una mujer moabita, es decir extranjera con respecto a Nohemí que es israelita, estas dos mujeres son suegra y nuera, lo que tradicionalmente no es el mayor ejemplo de colaboración y mutuo aprecio. Sin embargo, saltando esas barreras sellan entre ellas un pacto de fidelidad y apoyo  mutuo que les va a significar bienestar y posibilidades para la vida, es decir paz. El texto nos dice que en el “tiempo en que gobernaban los jueces” sucedió esta historia. Sabemos que este tiempo no fue entre las tribus israelitas un tiempo de estabilidad y paz… y es en medio de este contexto difícil que ellas sellan su pacto.

Las palabras de la joven a la mujer mayor, son un ejemplo de solidaridad incondicional:
No me instes a que te deje, volviéndome de seguirte, pues donde tu vayas iré y donde tú mores moraré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras moriré yo y allí seré enterrada (Rut, 1, 16…).
Esta promesa hecha en condiciones duras para una mujer mayor, viuda y desamparada se convierte en la base firme y permanente de un pacto de apoyo mutuo que abre las puertas a nuevas posibilidades para la vida y el mañana.

Estas mismas posibilidades son las que propician un ambiente de paz y son las que las mujeres en una dinámica clara de desarrollo político podemos hacer. Como lo plantea Marcela Lagarde:
La sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza  existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada mujer.
No se trata de que nos amemos, podemos hacerlo. No se trata de concordar embelesadas por una fe, ni de coincidir en concepciones del mundo cerradas y obligatorias. Se trata de acordar de manera limitada y puntual algunas cosas con cada vez más mujeres. Sumar y crear vínculos. Asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras y así sin fin. Al pactar el encuentro político activo tejemos redes inmensas que conforman un gran manto que ya cubre la tierra… (Lagarde 2014, Pág. 409)

Lo que me parece importante es: lograr un tejido social que desde la periferia hacia el centro, pasando por distintas organizaciones, iglesias y grupos vaya generando relaciones armónicas y equitativas que alberguen la paz por conseguir. Organizaciones que se proyecten de distintas formas a las ciudadanas y ciudadanos en general. La única vía para lograr esta cultura de la paz, es desde la proxemia, desde los barrios, desde la comunidad y los círculos que vayan transformando la costumbre de relacionarnos de una manera egotista hacia una manera solidaria. Que lime o acabe con odios, resentimientos, desconfianzas y construya relaciones de aceptación, acogida y hermandad.


BIBLIOGRAFÍA

Dolores Aleixandre: DICHOSOS VOSOTROS…
Editorial CCS, Madrid 2004 – Págs. 91-92

William Barclay: LAS BIENAVENTURANZAS. Comentario.
Ediciones La Aurora, Buenos Aires 1976

Fernando Camacho: LA PROCLAMA DEL REINO.
Ediciones Cristiandad, Madrid 1986

Marcela Lagarde y de los Ríos: EL FEMINISMO EN MI VIDA, Hitos, claves y topías. Cuadernos Inacabados, Editorial horas y HORAS, Madrid 2014

Bernard Lambert: LAS BIENAVENTURANZAS Y LA CULTURA HOY.  
Ediciones Sígueme, Salamanca 1987

Francisco Martínez Fresneda: La paz actitudes y creencias.
Editorial Espigas, Murcia 2002

Raimon Panikkar: Paz y desarme cultural.
Ed. Sal Terrae, Bilbao 1993

Carlos Mario Perea: Vislumbrar la paz. Violencia, poder y tejido social en ciudades latinoamericanas.
Edición de DEBATE y Universidad Nacional, Bogotá 2016 -  Pág. 237


jueves, 4 de julio de 2019

MARÍA, LA DE MAGDALA



Carmiña Navia Velasco.
Libro, Geografías. 


a las amigas 
con quienes camino
por estas rutas.

El amor irrumpió por tus desvelos
Atravesó tu carne
                tus entrañas
                tu ruta
amor pasión,
dardo que roturó tu corazón doliente
dardo que iluminó tu corazón amante.
fuiste amiga en sus lunas y en sus soles
fuiste apoyo
fuiste el hombro que acogió su cansancio
la mano que recogió sus soledades.

María la de Magdala
calumniada,  
olvidad,
fuiste gestora de una ruta nueva
de un camino
que alumbra otras mañanas.
Tu abrazo en el jardín
Se instauró
en la memoria por los siglos.