Hoy se juntaron las
Magdalenas, caminaban presurosas, buscaban en baúles, trastos viejos, debajo de
las piedras, en pergaminos, algún vestigio de objetos, que declararan su
felicidad de estar allí juntas.
Llegaron las
obreras recordando las largas jornadas, trabajando al frente de una máquina, de
pie con su circulación en vilo, con el agotamiento de la pesadumbre por la
injusta paga, pero pensando en la tarde que les aguardaba para la juntanza.
También
llegaron las agricultoras, cargadas de frutas y hortalizas de muchos colores y
olores, impregnando todo el espacio, nos recordaron el papel tan importante de
ellas, mujeres hacedoras de historia, conservadoras de vida, las semillas que
se hacen historia y se hacen alimento, ellas que guardan memorias de alegrías y
tristezas. Hicieron
presencia las maestras, de manera discreta hacen reverencia a las compañeras ya
presentes, traen papeles, letras, cuentos, historias, juegos y también nos
traen las palabras y la paciencia que convoca a romper la ignorancia.
Las poetas
irrumpen en el salón y con frases que acarician las letras, los sentimientos,
los colores y dan forma a las múltiples maneras de contar y dibujar las cosas,
a veces con ternura, en otras ocasiones con recetas de rebeldía, imponiendo la
dignidad y la resistencia.
Bien llegadas
son las sanadoras, artemisas de ilusión, ellas también usan las palabras, las
yerbas, las aguas, el fuego, las piedras y las caricias, sus cuencos están
llenos de pócimas prestas para arrullar nuestros cuerpos y con un sana que sana,
lamen y besan nuestras heridas, esas que solo las Magdalenas reconocen, porque
las llevan por siglos en el corazón, tatuadas por el trasegar de sus pasos en
el vivir de muchas mujeres.
Presurosas
llegan ellas, las llamadas Brujas, abren sus sacos llenos de pedacitos de
rocas, palitos, flores, lágrimas, risas y esperanzas y conjura en contra de la
injusticia, la tristeza y el miedo, y convoca la alegría, la sororidad, la
esperanza y el amor, el amor que todo lo
puede y lo trae de generaciones antiguas y futuras; con cuidado embalsaman sus
tenues fisuras con aceites de paciencia y templanza.
Aparecen de
manera reservada las científicas, con aparatos y largos informes, con la duda
metódica observándolas, ellas con sus sabias miradas nos invitan a explorar, a
buscar nuevos caminos, nos exhortan a dudar y a cuestionar lo que nos vende el
sistema.
Llegaron las
Magdalenas Madres, sofocadas por sus arduas tareas, nos cuentan historias de
trasnochos y aventuras de pantano, nos hablan de cuidados y arrullos, nos
hablan de la vida. Aparecen las
muchachas que decidieron maternar las luchas, las noches y las primaveras,
están allí agitando pañuelos verdes y morados, están tan presentes que se nos
meten en las pupilas, nos convocan y nos remiten a pensar en las niñas.
Al fin las
Magdalenas estaban juntas, se miraron con ojos vibrantes de reverencia,
abrazaron sus luchas, reconocieron sus habilidades, sus dones; pusieron de
frente sus brazos y recogieron los suspiros y promesas del último encuentro, y
de nuevo se prometieron apoyo y declararon felicidad por estar juntas y
reconocerse, aún sigue siendo un acto de rebeldía y resistencia, imponerse a
estar allí, mirándose, cantando y bailándole a la vida.
Ya todo está
dispuesto, el aquelarre no se detiene, las Magdalenas están juntas, arropan la
memoria de quienes no llegaron y guardan trozos de esperanza para su felicidad.
María Eugenia Betancur Pulgarín
Santiago de Cali - Colombia
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