jueves, 27 de junio de 2013

DEVOLVERLE A MARÍA LO QUE ES DE MARÍA


María de Jesús Flores, LLERENA

—Oiga,  le dije respetuosamente después de haber estado escuchándolo un rato demasiado largo, ¿le importaría prescindir del artículo “la” para referirse a María de Magdala?. Creo percibir —supongo que sin mala intención— un tono algo displicente, desatento, impropio de una persona  de su dignísima  dignidad. Quizá lo ignore y esa es la razón por la cual me gustaría informarle  de que “la Magdalena” a la que usted nos ha dejado de nombrar en esos términos,  tiene nombre propio: Se llama María. Precioso, ¿verdad?; y es, además,  una de las pocas mujeres con nombre propio en los evangelios. Magdala es, sencillamente,  un gentilicio. Y esto que a usted puede resultarle “de cajón” tiene su importancia y su trascendencia, pues el hecho de que al nombre propio el evangelista añada su lugar de origen obedece a que es de las pocas mujeres que en los relatos evangélicos no aparece ligada a ningún varón, ni definida por su rol subordinado a él,  lo cual quiere decir que estamos ante una mujer cien por cien independiente y libre que supo coger la vida entre sus manos y tomar decisiones propias. Otro tanto sucede con María, de Nazaret ¿lo ve? Hay también una Susana (Lc 8,3) y una Salomé (Mc 15,40) que aparecen a la sombra de sí mismas. Posiblemente no había caído en la cuenta, pero no se preocupe,  que para eso estamos, para ayudarnos unas a otros. Insisto, las otras mujeres —¡con nombre!, que esa es otra cuestión que podemos dejar para otro día— nos son conocidas por su vinculación-sometimiento primero a sus padres, después a sus maridos y, por último a sus hijos… Por refrescare la memoria le nombraré a algunas: Juana, mujer de Cusa, un  administrador de Herodes;   María, la madre de Santiago y de José  (Lc 8, 3-5);  Ana, profetisa de profesión, y perdone la redundancia,  hija de Fanuel (Lc 2,36); María, mujer de Cleofás (Jn 19,25) Herodías, mujer de   Filipo; Isabel, esposa de Zacarías, el cura  viejo e incrédulo (Mc 6,17ss), etc.

¿Ha visto qué interesante y cómo cambian las cosas cuando se ubican convenientemente? Pues así pasa con todo. De ahí mi  malestar,  porque al utilizar el artículo determinado “la” referido a María de Magdala,  se refuerza el infundio de que era  una prostituta a sueldo (Nota  pie de página: “pero arrepentida”), de lo cual, y perdona la insistencia no hay constancia alguna.

Estoy convencida de que no hay personaje al que la historia, pero más que nada el cristianismo, le deba tanto como a esta ancestra de nuestra fe con la que no supieron que hacer  los líderes religiosos de las primeras comunidades cristianas; precisamente por su capacidad de liderazgo—¡como lo oye!—  lo que parece que originó no pocas tensiones y desbandadas.

Como de un triple salto mortal en el aire, se tratara, de ese “más difícil todavía”, por alguna oscura decisión, María de Magdala, de la noche a mañana, pasó de prostituta a santa, y de anunciadora de la resurrección de   Jesús, con todos los avales de  discípula y enviada: “Ve a mis hermanos y diles” (Jn 20,17) a “Apóstol de los apóstoles”. Perdida la carrera,  por trampas del adversario, quisieron conformarla con un premio por de consolación.  Y todo para no incluirla, ni a ella  ni a otras muchas,  en la tradición apostólica. ¡Ahí es nada!


Es claro que a María de Magdala  le han secuestrado su verdadera identidad y hay que restituírsela,  la han lesionado y hay que rehabilitarla,   la han hundido en el barro del descrédito dejándola, siglo tras siglo, bajo la luz “de un farol rojo”, más bien ligerita de ropa, con los cabellos alborotados y posturas nada respetables… A María hay que ponerla nuevamente de pie y  en camino, y darle palabra,  porque ello conviene a la verdad.

La  cuestión de que Jesús la liberara de “siete demonios” (Mc 16,9),  lo que parece ser la base del infundio,  indicaría un proceso de transformación interior;  como usted bien sabe, siete es un número simbólico que expresa totalidad, perfección, plenitud; lo cual  quiere decir que María fue una mujer íntegra e integradora. ¡María fue ella!  

Imagínese el  bien que nos haría a usted y a mí darnos cuenta  de cuántos y cuáles son los demonios que diariamente desaloja  el  Maestro de nuestra vida.  En lo que a mí respecta,   puedo confesarle, sin rubor, que hace muchos años perdí la cuenta.

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